lunes, 22 de julio de 2013

Una vida electrizante


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Diariamente se desencadenan en el mundo unas 44000 tormentas que producen una media de 8 millones de rayos. Pese a esto, las probabilidades de que uno de estos rayos caiga sobre tu testa a lo largo de tu vida es de 1/60000 aproximadamente, más o menos las mismas de que te toque la lotería jugando todos los días. Las probabilidades de que un rayo te caiga en dos ocasiones es prácticamente inexistente y así continuamos de forma exponencial hasta calcular la probabilidad de que un rayo caiga sobre ti en nada más y nada menos que siete ocasiones.
En este caso, la probabilidad es de 1 entre 320 septillones o lo que es lo mismo, un 320 seguido de 24 ceros.
Pues esto es lo que le sucedió al bueno de Roy Sullivan, que figura en el Guinness de los récords por ser la persona que más veces ha recibido el impacto de un rayo y que, curiosamente, no murió por esta causa. En realidad, su encuentro con rayos aumenta hasta en 9 ocasiones, pero en dos de ellas no fue él quien lo recibió, sino la persona que se encontraba a su lado.
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Roy Sullivan nació en un pequeño pueblo de Virginia en 1912. No tardaría mucho en tener su primera experiencia con los rayos puesto que, con corta edad, mientras se encontraba en el campo trabajando con su padre, éste recibió un rayo que impactó en la hoz que usaba para segar el trigo. En esta ocasión no les sucedió nada grave a ninguno de los dos.
En 1942, Sullivan trabajaba como Guarda bosques en el Parque Nacional de Shenandoah, en Virgina. Estando en la torre de vigilancia, se desencadenó una tormenta eléctrica y Roy recibió un rayo que entró por su pierna y salió por el dedo gordo de su pie.
Tras un par de décadas de descanso, en 1969, mientras conducía su camioneta descapotable le cayó otro rayo que, aparte de chamuscar sus cejas le hizo perder el conocimiento y accidentarse, aunque no fue demasiado grave la cosa. A partir de aquí, ya fue el no parar.
Un año después, en 1970, cuando se encontraba en la puerta de su casa, se vio de nuevo alcanzado por otro rayo que le provocó quemaduras en un hombro.
En 1972, estando Roy trabajando en la oficina de los Guardabosques, un rayó entró por una de las ventanas y le chamuscó literalmente todo el pelo.
Todavía el pelo no le había crecido del todo y, de nuevo, en 1973 otro rayo le alcanzó mientras conducía y volvió a quemarle toda la cabellera. En esta ocasión Roy iba preparado y pudo apagar el fuego con el agua de una cantimplora que se acostumbró a llevar siempre encima por si las moscas.
Otro rayo, de nuevo, cayó sobre él cuando se encontraba paseando por el campo junto a su esposa en 1974, cuando comenzó a formarse la tormenta, Roy echó a correr para librar a su mujer del impacto. En este caso, el rayo impactó en uno de sus tobillos.
Pura Energia
Finalmente, en 1977, mientras se encontraba pescando en un lago, otro rayo impactó sobre él y en este caso, si que tuvo que ser hospitalizado con graves quemaduras en pecho, estómago y piernas.
Roy Sullivan cayó en una tremenda depresión. En el lugar se conocía como “El hombre pararrayos” y, como es lógico, nadie quería estar demasiado cerca de este hombre tan electrizante. La gota que colmó el vaso fue un último rayo que impactó en el tendedero mientras su esposa tendía la ropa en casa. Hasta su mujer acabó por alejarse de él, y Roy acabó suicidándose con su arma reglamentaria en 1983. A día de hoy se desconoce el motivo del porqué algunas personas como Roy Sullivan atraen de este modo a los rayos.

Fuente:
http://tejiendoelmundo.wordpress.com

De brujas, vampiros...


Teresa Prieto, vecina de la aldea de Jove (Xove) -hoy uno de los barrios más conocidos de Gijón-, fue acusada de «bruxa» ante el Santo Oficio. En 1480, fecha en que da comienzo esta crónica, algunos de los mitos que ya proclamaron autores como Rogelio Jove y Bravo en su obra «Mitos y supersticiones asturianas» -publicado en 1897- o los que divulgó Constantino Cabal en su trabajo «La mitología asturiana» -en 1972- se hacían realidad.

Se desconocen las causas reales que motivaron las denuncias sobre Teresa Prieto. Lo único cierto es que en Asturias, tierra de cristianos limpios de sangre, ella era una de esas mujeres versadas en los remedios más arcaicos, traspasados de generación en generación o por el camino de la iniciación, y de cultos a la diosa madre Naturaleza que hoy parecen olvidados y que se pierden en la noche de los tiempos. Mujeres herejes, heterodoxas, que sabían leer el destino en las aguas de los ríos, entendían el mensaje oculto de los bosques, interpretaban los designios observando el color de las tierras, cielos y nubes, vaticinaban el devenir en las vísceras de las bestias de los montes o el ganado de los establos.
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Conocimientos ancestrales que las hacían poseedoras e increíblemente diestras sobre todo tipo de secretos para la preparación de sustancias compuestas por elementos naturales de diferente origen y en las que en determinadas ocasiones era necesario el preciado líquido rojizo que da y quita la vida: la sangre humana.
El pueblo vio en aquellas mujeres a las culpables del gran índice de mortalidad infantil. Ellas eran las responsables de que sus víctimas -hombres, mujeres y niños- padeciesen pequeñas heridas punzantes y falta de sangre en sus cuerpos, unos cuerpos que posteriormente se utilizaban para la elaboración de ungüentos mágicos.
Las «estrigias», derivado del latín «strix(-igis)», formaban parte del micromundo de leyenda para las gentes de las montañas asturianas. Definían a seres monstruosos, femeninos, con alas de enorme cabeza, pico y garras de ave rapaz que chupaban la sangre y devoraban las entrañas de los niños recién nacidos, capaces de colarse por las cerraduras de las casas para así atacar a sus víctimas y conseguir la cantidad del preciado líquido necesario para sus brebajes y remedios.
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Una práctica que a lo largo y ancho de la geografía española continuó durante los siglos XVIII, XIX y XX bajo el truculento sobrenombre de sacamantecas, sacaúntos o probe l’untu. Francisco Leona y el crimen de Gádor, Enriqueta Martí, «la vampira de Barcelona», «el Tío Mantequero», en Málaga, o el «Estripador» de Avilés, fueron algunos de los nombres de esta particular lista del horror que sembró de terror diferentes ciudades españolas.
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Bebedores de sangre, o chupasangres, como se les llamaba a principios del siglo XX, que acudían a los mataderos en su busca, creyendo que la sangre les devolvería la vida, en los llamados «carruajes de la muerte» o «carros negros» -berlingas negras tiradas por caballos-, causando espanto y recelo en pueblos y aldeas, como así lo contaban los ciegos en sus coplas.

«La Vampira de Xove»
Teresa Prieto, sin saberlo, es de forma oficial la primera sacamantecas asturiana y su historia es un expediente repleto de interrogantes que con el paso del tiempo permanecen sin respuesta -rodeados por un halo de misterio- para historiadores, antropólogos y periodistas del misterio.
La eficaz denuncia a las autoridades religiosas hizo que fuera designado como procurador del caso el fiscal Juan de Acebal, quien -tras las pertinentes pesquisas- consiguió que el sumario tomase peso y llegara hasta el teniente corregidor del Principado, el bachiller Brecianos, quien de forma pública acusó a la mujer -como consta en los legajos que recogió Caro Baroja del archivo de la Real Chancillería de Valladolid- de que «con arte y propósito diabólico, había usado el oficio de bruja o estría andando de noche por las casas ajenas, para entrar en ellas haciendo mucho daño a los fieles cristianos, chupándoles la sangre, mayormente a las criaturas, y otras cosas muy feas contra la Santa Madre Iglesia, lo cual cometiera en la aldea de Xove y otros muchos lugares del concejo y fuera de él, incurriendo en grandes penas, por lo que el teniente corregidor pidió la mandasen condenar, siendo presa por su mandato (…). El teniente dictó sentencia contra Teresa Prieto, a la que pusieron en tormento y en él no confesó ni dijo cosa alguna de dichos delitos».
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La rea soportó la pena que le fue impuesta. Durante más de una hora fue sometida a una «ferrada» de agua, según apuntó Juan Cueto Alas, que le producía la asfixia en cada ingesta, siempre boca abajo sujetada por tobillos y muñecas. Todavía no habían llegado a nuestra piel de toro los libros básicos de la tortura religiosa, como «El martillo de las brujas» (1486) ni la «Demonomanía de las brujas» (1580).
Aquellos toscos castigos fueron los primitivos tormentos que aplicaban los inquisidores en las frías y húmedas criptas, métodos bastos en su ejecución, pero efectivos, que no pudieron sacar confesión alguna en Teresa Prieto.

Inusual desenlace
Pero si ya es poco corriente que nuestra protagonista superase los suplicios más sorprendentes, resulta que llegó a escapar -tras ser martirizada- mientras se realizaban las pertinentes diligencias para dictar sentencia.
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El procurador fiscal, Juan de Acebal, y el juez, teniente corregidor del Principado, bachiller Brecianos, rubricaron: «Condenó a pena de muerte natural, la cual le debería de ser dada de esta manera: que en cualquier ciudad o villa o lugar donde fuese hallada la llevasen a la cárcel y así caballera en asno, atados los pies y manos con una soga de esparto a la garganta, fuese llevada con pregón público por los lugares acostumbrados de la tal ciudad, villa o lugar, hasta el rollo o forca, y allí había de estar colgada hasta que se le saliese el espíritu vital y se le apartase el ánima de las carnes; luego porque ella con arte de encantamiento pudiese volver a su cuerpo en figura del diablo, mandó que la quitasen de dicha forca o rollo y la quemasen las carnes hasta que se tornasen cenizas, condenándola además a la pérdida de todos sus bienes, los cuales aplicó a la Cámara y fisco».
Tras el dictado final del veredicto, la popular «Vampira de Xove» reapareció y se entregó a las autoridades eclesiásticas para defenderse de las acusaciones que sobre ella recaían. Inexplicablemente, según constatan expertos como Uría Ríu o Cueto Alas, fue absuelta el 21 de noviembre de 1500 bajo la sentencia rubricada en Valladolid. Sus bienes y haciendas le fueron devueltos y su caso -uno de los cinco expedientes del Santo Oficio existentes en Asturias- es para los expertos un episodio excepcional en la historia inquisitorial española.

Fuente:
http://tejiendoelmundo.wordpress.com

domingo, 21 de julio de 2013

Bienvenidos al salvaje oeste


 


Silver City es un pueblo abandonado situado al este de la frontera de Idaho, Oregon, en el Valle del Jordán. Pese a la decrepitud y desolación que puede transmitir en las fotografías, Silver City fue uno de los pueblos más ricos y esplendorosos de Idaho durante muchísimos años.

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Hace un tiempo os hablaba de Bodie, otro pueblo abandonado que brilló con luz propia durante la fiebre del oro americana y que quedó abandonado cuando el oro se acabó. Silver City tiene una historia más o menos paralela. La ciudad nació a principios del siglo XIX para albergar a los trabajadores de las minas de las montañas de los alrededores. De ellas se extraían diversos minerales que no tardaron en llenar los bolsillos de los ciudadanos de la pequeña ciudad que, en pocos años, creció de forma considerable atrayendo comercio y prosperidad.
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Silver City, en sus buenos tiempos
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Tal fue su importancia que llegó a ser capital del condado desde 1867 hasta 1935, cuando el título le fue arrebatado por la ciudad de Murphy. Silver City fue la primera ciudad de Idaho en tener servicio telegráfico (1874) y también fue la primera en tener un periódico, “La avalancha de Idaho”. Tenía incluso una fábrica de cerveza y una planta de embotellado y, por supuesto, un buen puñado de burdeles, salones de juego y un cementerio para entierros express.
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Fotografía de Airflyte 49
 
Fotografía de FiveBales
 
Fotografía de Jimmywayne

Hacia el año 1889 comenzó el declive de la ciudad, algunos minerales se agotaron y otros ya no eran tan rentables. La gente comenzó a emigrar a otros pueblos más prósperos en busca de nuevas oportunidades. Otro factor importante para la agonía del pueblo fue su situación geográfica, demasiado lejos de cualquier lugar, sobre todo en los largos inviernos, en los que la ciudad quedaba durante meses prácticamente aislada por la nieve y el hielo.

 
Silver City en invierno. Fotografía de  Phahahooha
Este hecho continúa hoy en día, entre los meses de octubre y mayo las carreteras que conducen al pueblo están cortadas por la nieve y tan apenas se puede ver un alma paseando por las calles. En verano, el panorama cambia radicalmente y los turistas y vecinos de pueblos próximos acuden en masa a visitar lo que queda de este histórico lugar. Algunas de las casas se han rehabilitado y se mantienen como pequeños albergues para acoger a los turistas. Es posible que esta pequeña iniciativa sea lo que mantiene a este inhóspito lugar todavía con vida tras más de medio siglo de abandono.
En el pueblo se conservan todavía muchos edificios importantes, como la escuela, la iglesia, el hotel y unas cuantas casas y edificios masónicos. También se pueden visitar las instalaciones de algunas de las minas cercanas.
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Fotografía Desert4wd



Fuentes:
http://tejiendoelmundo.wordpress.com

El paraíso robado


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Existen mil razones por las que pueblos y ciudades quedan en ocasiones abandonados y pasan a engrosar la lista de pueblos fantasma, pero sin duda, los motivos por los que Varosha pasó a formar parte de esta lista, hace ya 35 años, es uno de los peores: la codicia, los fanatismos y la estupidez humana que más veces que menos nos lleva a encontrarnos en situaciones tan tristes como la de esta ciudad.
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Varosha a principios de los 70
Varosha es el distrito costero de la ciudad de Famagusta, en Chipre. En los años sesenta y principios de los setenta Famagusta era un centro turístico reconocido a nivel mundial, sus playas blancas de aguas cristalinas y el siempre apacible clima mediterráneo lo convirtieron en el lugar preferido de de muchos famosos del momento como Elizabeth Taylor, Richard Burton, Raquel Welch y Brigette Bardot, que le daban el toque de glamour que estos rincones del Mediterráneo necesitan para destacar del resto.
La gente acudía de todos los lugares y el progreso económico del lugar se transformaba año en año en grandes bloques de apartamentos y hoteles de lujo para poder dar cabida a todos los visitantes y turistas.
Pero toda la alegría y todo el progreso de esta joya turística se vio truncado de golpe a mediados de agoste de 1974, cuando todo el distrito junto con el norte de Chipre fue tomado por las tropas Turcas. Más de 45000 greco-chipriotas tuvieron que huir a la carrera de Varosha dejando allí todas sus pertenencias y posesiones.
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Chipre quedó desde entonces dividida de forma dramática. El sur ocupado por los greco-chipriotas y el norte ocupado por los turco-chipriotas y, justo en medio, el barrio de Varosha totalmente desocupado y bajo control de los turcos, que no lo pueden ocupar por una resolución de la ONU en 1984 que prohíbe totalmente todo sentamiento en el lugar a personas que no sean sus habitantes originales greco-chipriotas.
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Desde entonces, los greco-chipriotas han luchado por recuperar su ciudad expoliada; comisiones, resoluciones, consejos de seguridad de la ONU, decisiones, derechos internacionales, convenciones de los derechos humanos, libertades, democracias… todo un cúmulo de batallas burocráticas que por el momento no han dado resultado alguno, más que promesas siempre incumplidas por parte de los ocupantes del norte.
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Ni el más alto tribunal europeo parece encontrar una solución para este conflicto mientras que lo que antaño fue uno de los más bellos y famosos lugares turísticos del planeta se desmorona irreversiblemente.


Fotografías:

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tejiendo el mundo
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pueblo fantasma en chipre
Abrí el correo electrónico y jadeé audiblemente. Devolviéndome la mirada había una fotografía mía con dos años de edad, una foto que no había visto en 32 años. Aparentemente, y bajo la protección de la noche, alguien había podido entrar en la casa en la que crecí, en la ciudad cercada de Varosha. [...] El extraño fue capaz de localizarme a través de un sitio de Internet mantenido por personas enamoradas de su ciudad y que anhelan el día en que poder regresar a ella. Estaba ansioso por encontrar “al niño de los ojos penetrantes”, decía su mensaje. Por un momento, los teléfonos sonando y los clientes haciendo cola tuvieron que esperar. Era mi pasado el que llamaba, y tenía que responder la llamada.
Andreas Chamamboulos, The Washington Post, 19 de noviembre de 2006.

Fuente
http://tejiendoelmundo.wordpress.com

sábado, 20 de julio de 2013

¿Quién fue Vlad Tepes?


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Vlad Tepes III (1428/1476), príncipe valaco de ojos verdes hipnóticos, cabello oscuro ondulado y estatura imponente, fue conocido en vida por dos apodos. Se le llamó El Empalador, por su manía de atravesar con un palo –desde el coxis hasta la nuca–, a sus enemigos y a miles de víctimas que él consideró culpables de algún delito, incluidos mujeres, niños, nobles o plebeyos. Y también se le llamó Drácula, en rumano «hijo de Dracul». El origen etimológico de este término obedecería, según unos, a la palabra draco –dragón–, emblema de su blasón familiar, ya que su padre Vlad II pertenecía a la Orden del Dragón, fundada en el siglo XV para luchar contra el invasor turco. Pero dado que drac en rumano significa «diablo», también podría ser «hijo del demonio», ya que su padre se ganó el sobrenombre de «diablo» por sus sibilinas maniobras políticas.
Digno hijo de su padre, el currículum de Drácula está plagado de estrategias arteras para hacerse con el poder. Y bien con el apoyo de sus enemigos los turcos, bien con el de los húngaros, consiguió reinar tres veces en Valaquia, un pequeño estado situado al sur de Rumanía e independiente hasta la invasión de los turcos. Fueron estos quienes consiguieron abatirle al fin en una emboscada a finales del mes de diciembre de 1476.
Pero, a pesar de las muchas atrocidades que cometió, durante su vida jamás se le asoció al mito del vampiro. Ese dudoso honor se lo debe al escritor irlandés Bram Stoker, quien le convirtió en protagonista de su novela Drácula. Y es aquí donde empieza la leyenda. ¿Por qué le eligió Stoker para ser el vampiro por excelencia? ¿Fue sólo un capricho del literato? ¿O hubo algún dato fundamental que el escritor nos ocultó?
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Así nació Drácula, el vampiro
Varios factores pudieron unirse para hacer a Stoker tomar tal decisión. Uno de ellos, la existencia de Elizabeth Bathóry, una pariente lejana de Vlad que vivió en el siglo XVII y recibió el apodo de «la condesa sangrienta». Bathóry se ganó semejante apelativo porque, según cuentan, acostumbraba a degollar muchachas vírgenes para bañarse en su sangre, en la creencia de que así prolongaría su vida y juventud eternamente.
Pero el elemento más obvio es que la novela de Stoker está ambientada en los Cárpatos de Transilvania, territorio en el que durante la Edad Media se propagó la leyenda sobre seres capaces de sobrevivir a la muerte a base de succionar la sangre de los vivos durante la noche. Y esa zona, el único personaje histórico con un perfil psicopático, brutal y maligno, que le convertía en un candidato natural al vampirismo era Vlad Tepes.
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Claro que Stoker también pudo inspirarse para tal asociación en El vampiro (1816), de Polidori, médico personal de Lord Byron, cuyo personaje Lord Rutheven, ya perfilaba el carácter y las facultades de vampiros literarios posteriores como Camilla (1872) de Sheridan Le Fanu. Todas estas obras se inspiraban a su vez en una antigua creencia del folclore griego –citada por Esquilo o Eurípides–, según la cual los espíritus de personas muertas de forma violenta o a edad muy temprana regresaban a este mundo para causar daño a los vivos. Estos seres recibieron el nombre en los medios rurales de vrykolakas, y los campesinos griegos exhumaban los cadáveres de los sospechosos y los quemaban para evitar sus apariciones fantasmales. Por lo tanto no es casual que siglos más tarde tanto Polidori, como Goethe, La novia de Corinto (1797), o Keats, Lamia (1819), situaran la acción de sus vampiros en Grecia.
Alrededor del siglo XII estos viejos fantasmas empezaron a tomar la forma concreta de seres que resucitaban para extraer sangre de los vivos. En esa época se les llamaba con el término latino sanguisua, y la creencia en ellos se disparó con las epidemias de enfermedades desconocidas que asolaron Europa del Este entre los siglos XVI y XVIII. Los afectados palidecían, sufrían fiebres altísimas, languidecían entre espasmos incontrolables y morían sin remisión. No había señales de mordisco alguno. Pero la histeria colectiva atribuyó los innumerables decesos a la acción de los vampiros, un vocablo serbio que proviene del ruso upyr y que significa «absorber». La superstición popular completó al máximo la lista de remedios contra estos seres malignos: ristras de ajos alrededor del cuello, espadas en forma de cruz clavadas en las tumbas, estacas en el corazón y cabezas decapitadas. Quizá este último hecho también inspirara a Stoker, pues la cabeza de Vlad Tepes fue separada de su cuerpo por los turcos. Aunque en este caso no porque fuera un vampiro, sino simplemente para enviarla como trofeo al sultán Mehemed II de Estambul, para que fuera expuesta como escarmiento y advertencia según la costumbre de la época.
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¿Dónde están los restos?
¿Y el resto de su cuerpo? Según la versión oficial, fue enterrado sin cabeza en el monasterio de Snagov, situado en medio de un lago cercano a Bucarest, y a cuya fundación Vlad contribuyó generosamente en vida, por lo que su abad le escondió varias veces de los turcos. Durante el último siglo, los monjes aún mostraban a los visitantes la supuesta lápida funeraria de Drácula, cuya inscripción había sido borrada casi totalmente por orden del máximo jerarca de la Iglesia Cristiana ortodoxa, el patriarca Filaret, que consideró a Vlad un criminal. Dicha lápida estaba encastrada en el altar de la iglesia, y aún hoy se halla ante las puertas del iconostasio. Los monjes de Snagov aseguran que fue colocada allí para que fuera pisoteada por los asistentes a los oficios. De ese modo creían que el alma pecadora del difunto purgaría sus terribles culpas.
Lo cierto, y este es otro dato que pudo jugar un papel decisivo en la transformación literaria de Vlad Tepes en vampiro, es que según afirma el historiador Nicolae Serbanescu en su libro Historia del Monasterio Snagov, poco antes de que Stoker publicara su novela sobre el conde-vampiro, la tumba de Vlad fue profanada en 1875 y sus huesos fueron enterrados en otro lugar que todavía no ha sido descubierto. Quizá por este motivo, cuando los historiadores Nicolae Iorga y Dinu Rosetti, que realizaron excavaciones en la tumba de Vlad en 1933, encontraron sólo huesos de caballo y un anillo con las armas de Valaquia, que se supone pertenecieron al príncipe. Otras versiones aseguran que en 1933 se halló un cuerpo ricamente ataviado y sin cabeza. Pero si esto fuera cierto ¿dónde están ahora esos restos? Unas versiones dicen que siguen bajo el altar, pero a mayor profundidad que la excavada. Y otras, como la de Serbanescu, optan por creer que fueron trasladados a un lugar secreto. Y es esta última hipótesis la que Kostova aprovecha en su libro para plantearnos una solución original donde las haya.
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Basándose en antiguas canciones del folclore ruso, rumano y búlgaro, Kostova nos cuenta que los monjes del monasterio de Snagov veneraron las reliquias de Vlad Tepes como si de un santo se tratara. Primero tomaron su cuerpo degollado y lo enterraron junto al altar de la capilla. Y luego se desplazaron hasta Estambul con la misión de recuperar su cabeza. Esta tarea podría haber obedecido, según Kostova, a un compromiso que el abad del monasterio contrajo con Drácula mientras éste vivió, en pago a los generosos fondos que el príncipe había donado al monasterio. La promesa del abad podría haber incluido, siempre según la ficción de Kostova, dar sepultura al cuerpo entero reuniendo sus restos en caso de haber sido dispersados en la batalla –tal y como ocurrió–, y velarle después según el dictado de un antiguo ritual dispuesto por el aristócrata, el cual le habría permitido, por arte de secretas magias, volver a la vida. ¿Consiguieron los monjes su objetivo? ¿Y en ese caso dónde habría sido enterrado el cuerpo posteriormente? Para averiguarlo el lector de La historiadora tendrá que sufrir más de un escalofrío.

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